Marzo, 2011
La crisis es hoy el fantasma que recorre Europa. De los rescates financieros de los años 2008 y 2009 a la crisis de la deuda pública de los países de la Europa «periférica», una constante subyace a todas las medidas: los intereses y los beneficios financieros van primero. Aunque ello cueste el bienestar inmediato y futuro de poblaciones enteras. Aunque esto implique el desmantelamiento de los sistemas de pensiones y el retroceso de derechos sociales conquistados hace décadas. Aunque tales políticas deslicen al conjunto de la economía por la senda renqueante del estancamiento. La próxima década no nos ofrece más que una nueva ronda de privatización de servicios y garantías sociales, mayor retroceso de los salarios y una crisis social que todavía hoy sólo conocemos en su fase embrionaria. Por eso la crisis no es sólo económica, sino al mismo tiempo social y política. La actual coyuntura desvela sin pudor alguno la incapacidad de la clase política realmente existente para desplazar esta situación a nada que no sea plegarse a los dictados de poderosos intereses económicos. En estas condiciones, quizás sólo quede un único camino: dirigir la indignación, apostar por una política construida desde abajo, perder el miedo impuesto por una atmósfera mental infectada por la idea de la escasez y conquistar la alegría de un mundo que todavía hoy, bajo la amenaza del inicio de una larga decadencia, es más rico que cualquiera de sus precedentes.