Nuevo artículo: Los comunes como hipótesis política y práctica comunitaria

Autor : Observatorio Metropolitano de Madrid

Revista Éxodo 114 (may.-jun.) 2012

Madrid, 2023. Todavía se recuerda con una media sonrisa la crisis de los años 10 […] entonces todo el mundo pensaba que la crisis sería pasajera y que, como un nubarrón veraniego, sería absorbida por la circulación atmosférica. Simplemente había que esperar a cubierto a que escampara […] Pero la crisis siguió. Y a fuerza de esperar a que escampase, los barrios se deterioraron, el paro creció hasta dejar a cerca de la mitad de la población sin fuentes de renta seguras, y lo que fue peor, el mal de la curvatura lumbar se hizo más agudo. Sólo unos pocos se atrevieron a reclamar algo de dinero para aliviar los dolores de espalda. Inmediatamente fueron acallados, ese dinero debía destinarse a reflotar la maltrecha economía […] No fue hasta 2015, cuando las reivindicaciones paliativas fracasaron, cuando algunas, en un ejercicio de valentía que todavía se recuerda, decidieron afrontar lo que les hacía mirar hacia abajo, señalando la causa última del encorvamiento generalizado: el miedo […] Era el momento de pensar. Y las comisiones de apoyo se propusieron hacer inventario del saqueo. No podían dedicarse simplemente a gestionar la miseria […] Se trataba de redactar una constitución que invirtiese la situación y estableciese los derechos que correspondían a todos los habitantes de la ciudad de Madrid. A esta ley la llamaron la Carta de los Comunales.

Carta de los Comunes. Para el cuidado y disfrute de lo que de todos es madrilonia.org, Traficantes de Sueños, 2012

1. LOS COMUNES: UN CAMINO A LA AUTOGESTIÓN DE LAS COMUNIDADES

En otoño de 2011 el Observatorio Metropolitano colaboró en la edición de La Carta de los Comunes, un texto ambientado en un futuro no tan lejano donde la crisis económica ha reducido a la población a seres encorvados que caminan sin atreverse a levantar la mirada hasta que se descubre un viejo texto que les recuerda que hay recursos que se producen en comunidad y que estas comunidades pueden y deben gestionarlos.

Ante la evidencia de que los procesos de acumulación de la fase actual del capitalismo financiero avanzado se basan en gran medida en el cercamiento y explotación de recursos comunes que hasta ahora habían sido gestionados por los Estados nacionales a través del contrato social que dio lugar al Estado del Bienestar, La Carta de los Comunes plantea la necesidad de recuperar dichos recursos comunes. Aunque fue escrita antes de la nueva ola de movilizaciones del 15M o Occupy, refleja el creciente malestar expresado en distintos movimientos y que está comenzando a articularse de forma combinada en una defensa y reapropiación de lo público-común frente a lo público-estatal y en contraposición a las dinámicas neoliberales de acumulación de riqueza individual, de privatizaciones sistemáticas, de pérdida democrática y de recortes de derechos fundamentales.

En este peculiar texto se desarrolla alguna de las tesis de su trabajo sobre los bienes comunes (o comunales), desde el convencimiento de que no es posible la construcción de una sociedad viable sin el reconocimiento de los bienes, conocimientos y riquezas que son comunes a todas y todos y que hacen posible la vida en común. Que estos bienes comunales son esenciales tanto para el mantenimiento de la vida como para garantizar una justicia social, y que comprenden tanto elementos del medio natural, como la tierra, el agua, los bosques y el aire, como otros recursos generados en sociedad (gestionados a menudo por instituciones públicas y privadas que han demostrado poco respeto a su conservación y mejora) como son el espacio público, la sanidad, la educación, los cuidados colectivos, la cultura y el conocimiento.

Recuperar en el siglo XXI el concepto de lo común significa poner en el centro la defensa de los medios y modos de vida que garantizan la reproducción de la vida en las sociedades actuales. Una capacidad de reproducción que está siendo cuestionada por las medidas de austeridad y de privatización puestas en marcha por unos Estados nacionales que ya no parecen capaces de garantizar los derechos básicos de sus poblaciones. El interés político de la reivindicación de la gestión común de los bienes comunes se basa en cuatro cuestiones fundamentales que este tipo de gobierno de lo común debe respetar:

1. Universalidad. El acceso a los recursos comunes debe garantizar el acceso de todos los integrantes de la comunidad que cuida y se beneficia de dicho recurso.

2. Sostenibilidad. Los recursos comunes deben ser gestionados de forma que se garantice su sostenibilidad y la supervivencia de dichos recursos para que puedan ser disfrutados por las generaciones futuras. Estos criterios de sostenibilidad no sólo se deben aplicar a los ecosistemas naturales, sino también a los recursos sociales.

3. Democracia. Para que los recursos sean considerados comunes se deben gestionar de manera democrática, de forma que las comunidades que crean, cuidan y acceden a dichos recursos puedan tomar las decisiones que consideren más convenientes teniendo en cuenta las anteriores condiciones de accesibilidad y sostenibilidad. La gestión democrática por parte de comunidades complejas (de profesores, padres y alumnos, en el caso de la educación, por ejemplo, o de médicos, enfermos, cuidadores y científicos, en el caso de la salud, por ejemplo) neutraliza la división entre técnicos y usuarios, expertos y profanos, etc.

4. Inalienabilidad. Por su propia naturaleza, los recursos comunes no se pueden en ningún caso vender en el mercado. No se puede especular con ellos ni se pueden acumular frente a perspectivas de beneficios futuros. Su valor es el valor de uso y, de esta forma, se escapan a la lógica del mercado financiero y se ponen en contradicción con un sistema basado en burbujas inmobiliarias, especulaciones financieras y leyes privatizadoras.

2. COMUNES, PROPIEDAD PÚBLICA Y PROPIEDAD PRIVADA

Es importante recalcar que con el uso del término “comunes” (también llamados tradicionalmente comunales o, en otros sectores, “procomún”) nos referimos a un sistema de gestión de recursos que engloba tanto a las propiedades comunales como a los bienes comunes o recursos de dominio público y al modo de gestión de estos bienes y a las comunidades que los gestionan. Es este aspecto, los comunes beben tanto de la tradición de los commons históricos ingleses como de las estructuras de propiedad comunal que todavía sobreviven tanto en España como en otras partes del mundo. Este tipo de propiedad y gestión ha sido estudiado exhaustivamente por la recientemente fallecida Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, desde el punto de vista institucional y de interacción de los participantes en la gestión de los comunes (esencialmente en torno a la teoría de juegos y a cuestiones de gobernabilidad), por académicos y activistas como Silvia Federici1 o Peter Linebaugh2 por las comunidades del software libre y de la cultura digital3.

Tal y como explica Elisabeth Balckmar en relación con la construcción del espacio público4, la tradición legal anglosajona distinguía tres clases de propiedad: la propiedad privada, que protege el derecho de los individuos a excluir a otros de obtener beneficio o tener acceso a ciertos recursos, la propiedad pública, detentada por los gobiernos, permite a los cargos públicos determinar quién tiene acceso a los recursos correspondientes a un grupo de electores más amplio; por último, la propiedad común, donde a ningún individuo se puede negar el uso o beneficio de los recursos.

Históricamente se ha conocido la importancia de los comunes, que en el Estado Español, concretamente, eran reconocidos a través de Cartas Pueblas, Fueros y otras constituciones en las cuales se establecía que montes y pastos eran comunes, al igual que los derechos de los que vecinos y vecinas tenían sobre otros bienes comunes (sistemas de regadío, cuencas de pesca, etc.) y las riquezas que se derivaban de ellos. De igual forma, se reconocía que este derecho de acceso a lo común servía como alivio de las desigualdades sociales, permitiendo a las capas más débiles de la sociedad el acceso a recursos (pastos, leña, productos del bosque) que en épocas de escasez aliviaban el hambre, y permitían una existencia digna a todos los habitantes de un territorio, sin más restricción que el hecho de habitar en él.

Tal y como explica Marx, la acumulación “primitiva” que dio lugar al desarrollo capitalista se hizo a través del cercamiento de estos recursos comunales (fueran bosque, pastos o conocimiento) y la tarea de garantizar la reproducción social pasó a manos de los Estados que, a través de sistemas impositivos, regulaciones legales, etc., proveían de unos servicios públicos. Lo público, así, actuaría casi en lugar de lo común. Este proceso de cercamiento no fue puntual sino que se sigue produciendo a medida que nuevos recursos (naturales, culturales, sociales) son creados por distintas comunidades.

3. CRISIS: NEOLIBERALISMO Y FINANCIARIZACIÓN CONTRA LOS COMUNES

Es precisamente en estos momentos de crisis cuando lo común está siendo objeto de continua devastación y maltrato por parte de los poderes públicos que hasta la fecha estaban encargados de su administración. Como ya hemos señalado esta destrucción se traduce en privatizaciones y en la externalización de la gestión (que redunda en la merma de su calidad), la apropiación e incorporación por parte del mercado capitalista de bienes y beneficios que sólo corresponden al interés colectivo, el aumento de las desigualdades sociales y el despilfarro de recursos que hoy caracteriza al uso de muchos de estos recursos, como venimos viendo de forma generalizada en la metrópolis de Madrid. Este problema viene de muy atrás, de la falta de transparencia y de democracia de la administración del Estado, de su celo burocrático y del autoritarismo de su gestión.

Según un guión bien conocido, la nueva ideología de la contrarrevolución neoliberal, que sirvió de principal instrumento de reorganización de la clase capitalista, ha considerado, y considera, que la vivienda, la salud, la educación, ya no son salvaguardas de la reproducción de la fuerza de trabajo, antes útil, al fin y al cabo, al propio curso de la acumulación capitalista, sino limosnas más o menos generosas que se otorgan a una mayoría social que se ha vuelto dependiente del Estado y que ha olvidado los valores de sacrificio y trabajo individual. Esta liquidación de las políticas del bienestar, en ausencia de las formas de lucha que habían colaborado a su creación, ha puesto a las instituciones de propiedad pública en la picota de una estrecha versión monetaria, y en gran medida ideológica, de la eficiencia: pasando a ser concebidas como simples costes en el balance de las cuentas del Estado.

El paso siguiente ha sido desprenderse de unos “servicios”, ya no derechos, que ahora se consideran simples cargas para el capital. El método no ha sido otro que la mercantilización y la privatización de algunos espacios esenciales para la vida social. La misma casta de “expertos” que se había hecho cargo de la gestión de la propiedad pública adquirió entonces el encargo de ejecutar su liquidación. Este movimiento se está produciendo “curiosamente” en un momento en el que el capitalismo histórico empieza a encontrar grandes dificultades para seguir manteniendo las tasas de beneficio que caracterizaron al capitalismo industrial de la edad de oro de la postguerra mundial. Los ciclos industriales ya no producen lo suficiente para mantener la máquina del beneficio capitalista a flote y las antiguas conquistas sociales aparecen como los “nuevos comunes” a cercar, en una ofensiva que busca el beneficio perdido.

Pero ese proceso, al que llamamos financiarización, no sólo convierte paulatinamente los antiguos servicios sociales y derechos de ciudadanía en activos cotizados en los mercados financieros e inmobiliarios, también coloniza nuevos espacios mercantiles. Los activos naturales (aire, agua, suelo, energía) sufren con especial gravedad el embate de una nueva depredación financiera que los pone (al igual que a sus usufructuarios tradicionales) a los pies de un modelo de acumulación intensivo en materiales y vertidos. Por otro lado, relaciones sociales tradicionalmente ajenas al mercado, como pueden ser los cuidados, también aparecen como nichos de negocio. La iniciativa privada se presenta, así, como solución a la disolución de las relaciones sociales que ha provocado la propia mercantilización y financiarización de la vida cotidiana.

El resultado de todos estos procesos involutivos de colonización de los distintos flancos del núcleo de la vida social es el poderoso estrés que hoy caracteriza a la esfera de la reproducción. Podemos identificar esta tensión como una forma de precariedad generalizada que se traduce en tener que vivir al día y que nos lleva de vuelta a ese presente continuo que ha caracterizado históricamente la experiencia del tiempo para el proletariado desposeído.

4. LA POTENCIA DE LA COMUNIDAD VS LA TRAGEDIA DE LOS COMUNES

La existencia de los comunes conlleva la necesidad de una comunidad que los mantenga y no sólo se beneficie. No basta con ser conscientes de las bondades y riquezas que se derivaban de la existencia de los comunales, es necesario un compromiso en cuanto a su mantenimiento, haciendo las labores colectivas y democráticas necesarias para su mantenimiento y mejora. Precisamente la ruptura con la visión negativamente determinista a la que nos remite Hardin en su “tragedia de los comunes”5 pasa por la capacidad de generar un “nosotros” en tanto que comunidad consciente de que la reproducción de la vida para aprender a decidir y gestionar los recursos materiales e inmateriales de forma comunitaria.

Hardin plantea que las comunidades son incapaces de llevar a cabo una gestión sostenible de un bien común finito porque los individuos que la componen van a basar su explotación en intereses egoístas llevándolo al agotamiento o la destrucción. Contrariamente a este planteamiento vemos cómo en los comunes tradicionales, normalmente naturales, se establecían regulaciones y normas colectivas para su conservación y mejora, que han permitido su subsistencia durante varios siglos, e incluso milenios.

Reconocemos en el planteamiento de Hardin que la mayor complejidad a la que se enfrenta al modelo propuesto de gestión de los comunes es la propia definición y construcción de comunidades. Requiere pasar de un largo proceso de individualización y fracturación social a uno nuevo que sitúe en primer término la necesidad de (re)generar vínculos sociales basados en el afecto, el respeto a la diversidad, el apoyo mutuo, la corresponsabilidad, la autonomía personal y colectiva, pero sobre todo, en una profunda y radical aplicación de modelos de participación y gestión democrática.

Frente a la pérdida del sustento material que actualmente sufrimos, debido a la depredación del capitalismo financiero, las instituciones del común funcionan con una lógica completamente distinta, asegurando el sustento material para unas relaciones sociales no dependientes. La diferencia de esta construcción de instituciones es de orden social: las relaciones comunitarias. O dicho de otro modo, la recuperación de las esferas de la reproducción social que garantizan la vida en común no puede hacerse desde una relación mediada institucionalmente, sino que ésta debe colocarse en el punto en el que se anuda la materialidad de las relaciones comunitarias. Valor de uso, sostenibilidad y gestión colectiva y transparente son algunas de sus encarnaciones.

Además este amplio sistema de relaciones de interdependencia que componen las comunidades no tienen por qué estar territorializadas físicamente en base a espacios delimitados geográficamente como se daba en los comunales tradicionales. Asistimos desde hace años a la construcción de comunidades virtuales cuyo espacio de interacción y relación es la red. Estas comunidades se están mostrando como las más eficientes y democráticas en la defensa y promoción de bienes comunes tan importantes para la vida como el conocimiento o los saberes.

Por eso es necesario preguntarnos cuál podría ser entonces la comunidad múltiple, de espacios solapados, que se reconoce compleja, diversa, heterogénea, que gestione los comunes actuales; y cómo pueden las comunidades romper con realidades cotidianas tan atomizadas, con vínculos sociales tan debilitados y garantizar el acceso universal, sostenible, inalienable y democrático a comunes vitales como los cuidados, el espacio público, la salud o la educación.

Es posible y deseable que las respuestas sociales que están emergiendo durante la crisis económica actual nos ofrezcan soluciones parciales o pistas imprecisas a las preguntas planteadas.

5. LA ESTRATEGIA DE LOS COMUNES

En resumen, lejos de volver al pasado, la apuesta por los comunes supone la entrada en un periodo histórico verdaderamente diferente al nihilismo de la rapiña y la desposesión de las que se alimenta el actual capitalismo financiarizado. De hecho, es necesario tener en cuenta que el capitalismo actual simplemente no puede llevarnos hasta ese punto, ni hacia ningún otro que implique un progreso social realmente significativo.

Toda la evidencia existente parece querer contradecir la “tragedia de los comunes” que predecía que la propiedad común necesariamente suponía el agotamiento de los recursos naturales. Al contrario, cuanto más se extiende la propiedad capitalista de la tierra más se sobreexplota el capital natural, más residuos se vierten a la atmósfera y más se deterioran las relaciones físicas que constituyen los ecosistemas. Frente a este horizonte, los pocos reductos en los que la gestión comunal de los recursos sigue dependiendo de comunidades políticamente activas, aparecen como islotes de gestión eficiente, satisfacción de necesidades y sostenibilidad. Y esto a pesar de que justamente sea la bandera de la eficiencia la que enarbolan los discursos neoliberales y sus variantes tecnocráticas. Este proceso supone la constatación de que los ámbitos de reproducción social gestionados por la vía del mercado, e incluso a través de la propiedad pública tradicional, pueden ser mucho menos eficientes que la gestión comunal democrática. Y sin duda, la privatización que defienden las distintas variantes del discurso neoliberal redunda en mayor desigualdad al acceso y en una mayor destrucción del recurso.

Por estas razones, debemos de pensar estrategias para conseguir que lo común tenga un estatuto jurídico propio, que sea ni público ni privado, sino común. Un estatuto regulado por principios y disposiciones que no son ni públicas ni privadas, ni tienen reconocimiento suficiente en las legislaciones actuales.

1 Silvia Federici, Calibán y la bruja, Traficantes de Sueños, 2010.

2 Peter Linebaugh, El manifiesto de la Carta Magna, Traficantes de Sueños, 2012 (en preparación).

3 Entre otros, Lawrence Lessig, la p2p foundation o Richard Stallman.

4 Elisabeth Balckmar, “Appropiating ‘The Commons’: The Tragedy of Property Rights Discourse” en The Politics of Public Space, Setha Low y Neil Smith (coord.), Nueva York, Routledge, 2006 5 Garrett Hardin, “The Tragedy of the Commons”, Science, Vol. 162, No. 3859 (December 13, 1968), pp. 1243-1248.

Los contenidos de Éxodo se encuentran bajo licencia de Creative Commons.


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